A finales de diciembre de 1984, un grupo de cazadores chukchis - un pueblo ancestral siberiano que habita la inmensa y casi despoblada “pradera” de hielo, donde casi se tocan Asia y América, entre el mar de Bering y el mar de Chukotka- se encontraron con casi 3000 ballenas beluga atrapadas por las aguas heladas del estrecho de Senyavin.
Parece ser que el enorme grupo de belugas perseguía tan obcecadamente a un banco de bacalaos que no se percataron de que el viento gélido había congelado cualquier vía de salida a mar abierto.
Las belugas rompen el hielo o salen entre sus huecos para respirar. Pero, con una impenetrable capa de hielo de tres metros de grosor, esta vez quedaron confinadas en pequeñas piscinas de agua que cada vez se iban haciendo más y más pequeñas por el proceso de congelación del agua de la superficie. Sin ayuda, irremediablemente morirían de hambre o asfixiadas intentado escapar.
Irónicamente el pueblo chukchi vive de la caza de ballenas además de morsas y del pastoreo de renos en aquella zona de Siberia. Por lo que semejante descubrimiento podría parecer un regalo de los cielos. En realidad también era una condena para ellos ya que haría que su una de sus fuentes de sustento no se perpetuara.
Todos los pueblos cercanos recolectaron pescado para las belugas y se esforzaron, picando con sus lanzas, en evitar que los huecos entre el hielo, donde se hacinaban las ballenas, terminaran por congelarse . Pero los esfuerzos eran insuficientes, las belugas estaban débiles, llevaban meses atrapadas y empezaron a morir. Fue entonces cuando la voz del pueblo chukchi fue escuchada por el gobierno de Rusia (la URSS por aquel entonces) que envió al rompehielos Almirante Makarov en su ayuda, equipado con un casco especialmente reforzado para romper el hielo.
El barco horadó un inmenso canal en el hielo para llevar a las ballenas a un lugar seguro. Pero las belugas, aterrorizadas por semejante mastodonte, quedaron paralizadas por el miedo y se negaron a seguirlo hacia su salvación.
La música clásica, su salvación
Con el paso de los días, las belugas se fueron concentrando en las piscinas grandes creadas por el barco y comiendo, recuperando fuerzas y el buen humor. Pero seguían sin salir por el canal abierto por el rompehielos, que se estaba empezando a congelar otra vez. Los marineros estuvieron días pensando qué hacer. Y al final dieron con la clave: la música.
Desde los altavoces de cubierta empezó a sonar música clásica, como la de Tchaikovsky, y el miedo se desvaneció. En poco tiempo, las belugas perdieron miedo y siguieron al Makarov mientras abría un estrecho canal de 24 kilómetros hasta el mar abierto. Las belugas terminaron saltando cerca del barco, jugando, felices por recuperar la libertad.
Moraleja de la historia:
Cuando el miedo te atenace y te impida actuar, cuando te sientas atascado.
Déjate llevar por la música que más te guste y permite que te guíe hacia la respuesta.
Con todo mi cariño.
Antonio.
Precioso, me emocionado mucho al leerlo, además muy útil la recomendación, que pienso poner en práctica. 🤗
Me siento muy afortunada de conocerte, me inspiras, aprendo muchísimo contigo, y me llegas al alma cuando te escucho, tu cadencia al hablar, la musicalidad de tu voz. Tan buena gente, me fascina lo que he aprendido con tus charlas . Eres un regalo. Mil gracias 💓
Preciosa historia, la he acabado con lágrimas en los ojos. Gracias ❤️