Imagina a un lobo y un cordero encerrados en el mismo recinto. Ambos tiemblan, ambos sienten el corazón golpeando su pecho cual tambor antiguo. La adrenalina fluye por sus venas como un río desbordado. El cuerpo responde con la misma sinfonía ancestral: pupilas dilatadas, pelo erizado, respiración acelerada, músculos tensos, alerta máxima. Pero lo que los separa no es el “qué”, sino el “para qué”; la distancia sideral entre ambos viene marcada por su relato interno. El cordero opera desde el miedo: su mente anticipa la muerte, su cuerpo se vuelve prisión. El lobo, en cambio, se enciende con la posibilidad: su cuerpo es trinchera y su mente, propósito y posibilidad. Mismo sistema de alerta activado, dos mundos distintos, para uno la lucha para el otro la huida. No es el estrés lo que nos destruye, sino desde dónde lo habitamos.
El lobo y el cordero no sólo representan dos animales encerrados, sino dos fuerzas que cohabitan en cada uno de nosotros. El impulso instintivo de luchar o huir, y la vulnerabilidad esencial de quien se sabe frágil ante el mundo. El primero avanza con el paso firme de quien se sabe ganador, el segundo retrocede con los ojos del miedo. Pero ambos reaccionan ante lo mismo: la vida en su forma más cruda, la incertidumbre. Lo que cambia no es el cuerpo, sino el significado que la conciencia le otorga a esa agitación interna.
Algo muy relevante es donde se ubica el locus de control: el cordero siente que algo externo lo amenaza; el lobo, que algo interno lo impulsa.
El estrés no es bueno ni malo: es energía esperando forma. Es fuego. Puede quemar o puede iluminar. El lobo lo convierte en dirección, el cordero en temblor. ¿Y si no fueran enemigos? ¿Y si descubrieras que dentro del cordero tembloroso hay un lobo dormido esperando despertar? ¿Y si el lobo no quisiera devorar al cordero, sino protegerlo? ¿Y si el desafío no fuera eliminar uno, sino reconciliarlos?.
El sufrimiento no viene de la adrenalina, sino del apego a la historia que te estás contando. Observa tu reacción, pero no te conviertas en ella. No eres el miedo, eres quien lo presencia.
Quizá el equilibrio consista en escuchar al miedo sin obedecerlo, y dejar que el coraje tome la forma de una mirada serena. Porque a veces, el verdadero poder no está en escapar ni en atacar, sino en permanecer presentes cuando el cuerpo tiembla. Ahí, justo ahí, empieza la alquimia. Una mente serena surfea la tempestad en vez de naufragar ante ella.
¿Qué pasaría si, en vez de huir del miedo, lo abrazaras como maestro?
El estrés no es el enemigo, es una fuerza. Lo que cambia es desde donde lo vivimos: ¿miedo o propósito? ¿supervivencia o desafío?
“Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará.”
(Isaías 11:6)
Tal vez, en esa paz anunciada por la sabiduría ancestral, no se trate de eliminar al depredador ni de proteger al vulnerable, sino de recordar que ambos —el que ataca y él que tiembla— son las dos caras de una mismo alma que busca completarse.
Para terminar mi querida persona que me estás leyendo, contéstate a esta pregunta: ¿Quién habita en ti cuando el cuerpo tiembla: el que teme… o el que atraviesa?.
Con todo mi cariño.
Antonio.
P.D. Estoy muy contento de poder contarte que este año, si el Universo (y la fiabilidad de los vuelos) me lo permiten, estaré en Sant Jordi (en Barcelona) firmando Estimula tu nervio vago y repartiendo abrazos (para quien los quiera recibir jaja).
Ojalá puedas acompañarme.
Que bueno!!✨👏👏👏 no eres el miedo… eres quien lo presencia!🔥✨🦋 una maravilla de newsletter reflexiones y preguntas muy interesantes!!🤔 deseamos que este año si puedas disfrutar de Sant Jordi y el universo te brinde lo mejor!❤️🔥🐳🌈✨✨ muchas gracias por esta maravillosa sabiduría!!👏👏👏✨❤️🔥🦋🌈🙏🙏
Una maravilla! me encanto!