Te aviso: la newsletter de hoy es Entropía en estado puro. Será la primera de dos entregas dedicadas a Bob Dylan.
¿Por qué dos?
Porque, cuando empecé a escribir, me di cuenta de que la verdadera historia —lo importante— subyacía a lo que estaba contando.
Por eso paré.
Y me puse a escribir esto de nuevo.
Hace unos años —en la antigua peluquería de mi amigo Dani— escuché por primera vez una canción que había oído mil veces.
Pero ese día todo cambió.
Un antes y un después.
Una epifanía.
Recuerdo aquel instante como si fuera una escena de película: yo sentado, esperando que Dani terminara un corte, con el zumbido de la maquinilla de fondo.
De pronto, esa voz áspera, rota por la vida, que —paradójicamente— acaricia el alma con dulzura, atravesó el aire:
“¿Cómo se siente... ser uno mismo?” (How does it feel... to be on your own...)
Más que una canción, fue una premonición.
Una pregunta existencial.
Ese día, un referente nació para mí: Bob Dylan, con su Like a Rolling Stone.
Desde entonces, sus letras, sus acordes, su mística, su persona, me han acompañado en momentos importantes.
Antes de una conferencia.
En los instantes de creación.
Cuando la niebla mental me desorienta y necesito una brújula.
Cuando el mundo resulta excesivo, y solo una frase suya puede devolverme el sentido.
…..
El 13 de junio de hace dos años, cumplí uno de mis grandes sueños.
Tuve la inmensa suerte de celebrar mi santo en un escenario de ensueño: el Teatro del Generalife,
bajo la luna granadina, en el marco de la setenta y dos edición del Festival Internacional de Música y Danza de Granada.
Allí, entre jardines nazaríes y el rumor del agua,
se acompasaba en vivo la voz de Robert Allen Zimmerman, conocido por el mundo entero como Bob Dylan.
Pero esta historia no va de a quién escuché… sino de con quién lo escuché.
Esta historia va de aquella persona a la que —durante años— le había dado la brasa repitiendo, hasta el hartazgo de cualquier mortal, los estribillos de sus canciones.
La que, el día que salieron las entradas a la venta, estaba pegada al portátil para conseguir los mejores asientos posibles —que el bueno de Bob agotó en apenas media hora.
La que se tragó un concierto de dos horas de un señor mayor, sin apenas voz, que más que cantar… recitaba unas canciones que nadie reconocía.
Esa persona que no me soltó la mano en todo el concierto.
Que cada vez que cruzábamos una mirada, parecía decirme sin palabras:
"Vale, no entiendo nada… pero sé que esto, para ti, es sagrado."
En aquella noche mágica, la persona más importante no estaba en el escenario frente a mí. Estaba sentada a mi lado.
Me gusta pensar que una de las cosas que recordaré en mi lecho de muerte será esto: que escuché a Dylan tocar su armónica.
Pero lo más importante es que no lo hice solo.
Lo hice con ella.
La vida es eso que sucede mientras esperas a que suceda algo.
P.D. Si alguna vez has sentido que vives acelerad@, desconectad@ o con el alma en modo avión… este mensaje es para ti.
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Precioso Antonio! lo importante no es tanto el cómo, el cuando o el dónde, si no el con Quien!!
Preciosa historia. Cuando sientes que sobran las palabras y existe esa gran magia : no hay nada que lo iguale.
Felicidades.