“Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a tí, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro”.
Paul Auster, Diario de invierno.
Como cada tarde, paseaba con mis perros por la vega del río Genil cuándo, de pronto, empezaron a ladrar de ese modo tan característico que mezcla el miedo y el asombro ante lo novedoso. Pensé que quizás se trataría de una tortuga de río o, peor aún, de un jabalí. Pero el asombro también me alcanzó a mi al ver un inmenso agujero en el suelo.
¿Se puede ser amigo de un árbol? Si, si, tal cual, amigo de un árbol... Yo pienso que si. Por lo menos yo tengo uno. Un inmeso Álamo negro que, por cierto, tú ya conoces. Te mostré su foto cuando te hablaba del shirin yoku o "baños de bosque". Haz un poco de memoria... bueno te la voy a refrescar mostrándote la foto de nuevo.
Tengo que confesarte que profeso cierto grado de animismo. Siento que cada parte de nuestro planeta, cada planta, cada río, cada brizna de hierba, tiene su propia energía que la caracteriza y la hace única y en su conjunto forman una especie de alma común que hace del delgado hilo que nos conecta.
Mis paseos siempre empiezan y terminan admirando a mi amigo. Me gusta fantasear con su edad; pensar en las generaciones de abejarucos, abubillas, rabilargos, ruiseñores... que habrán anidado en sus ramas. Me encanta su inmeso tronco cubierto de musgo, la sombra tan agradable que me regala, le he hablado y hasta lo he abrazado.
Hasta cierto punto, es mi árbol favorito, hasta cierto punto sagrado.
El 31 de Marzo, inspirado por la batalla contra el viento de mi gran amigo, escribí en mi diario:
El viento sacude los árboles desde que son árboles, pero ellos se resisten a caer. Es su lucha la que les otorga su belleza.
Ironías de la vida, hoy escribo sobre su caída. Sin embargo, en su sucumbir ante los elementos, ahí yaciendo sobre el suelo, lo encuentro si cabe, más bello.
Ahí, a la vera del camino
Descansa mi viejo amigo
Sirviendo de recuerdo
De lo inexorable del tiempo.
No dejo de pensar que el día antes de su caída, me fui como sin despedirme, dando por sentado que ese inmenso árbol estaría allí para mí, para siempre. Y que si eso puede pasar con un ser tan resiliente, que ha soportado vendavales, tormentas, heladas y sequías durante años y años, cómo de efímeros somos los frágiles Homo Sapiens. Cómo damos por sentado que siempre habrá un mañana, tanto para nosotros como para las personas que queremos. Postergamos ese viaje, esa comida, esa llamada, ese abrazo pensando que lo tenemos asegurado, cuando la única realidad es el presente, el pasado son recuerdos borrosos y el futuro castillos en el aire.
Termino esta carta de despedida con las palabras de mi admirado Henry David Thoreau. Escritas en su “Diarios” el 17 de Diciembre de 1851.
Lo único que sé es que un pinar es una realidad más sustancial y memorable que un amigo. Es más seguro que volveré regocijado de él que de aquellos que más se acercan a ser mis amigos.
No des nunca nada por sentado. Recuerda: tempus fugit.
P.D Normalmente te pido que compartas la newsletter si hay algo en ella que creas que pueda ayudar/gustar a alguna persona. Hoy en cambio, casi prefiero que ésta quede entre tú y yo. Se que es una tontería, ya que mi substack está abierto y es gratuito, pero así lo siento y así te lo cuento.
Con todo mi cariño.
Antonio.
Abraza árboles y personas, no vaya ser que un día ya no estén.
Que linda energía y que fortuna recibirla 🤗
Una gran pérdida amigo mío, pero mientras siga ahí… tumbado en la mitad del camino, sigue admirándolo y porque no…. Abrázalo de nuevo, seguro será mágico también.